La lección del huracán Fiona en Puerto Rico
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Los meteorólogos nos lo advirtieron y Fiona nos lo confirmó. Previo a la llegada del huracán los suelos del centro de la isla y de las costas se encontraban saturados por las lluvias recientes. El riesgo de Fiona estribaba en la cantidad de lluvia que traería por su movimiento, velocidad e intensidad. Esto, por pasar por una isla con una topografía escarpada y un desarrollo no inteligente. Las características del huracán categoría 1, sumado a este contexto territorial definen las secuelas que nos encontramos viviendo.
Entre los riesgos de enfrentar estos fenómenos en situaciones como esas se encuentran los desprendimientos de terrenos y carreteras, el colapso de puentes, y las inundaciones repentinas y catastróficas. Toda esta información es harto conocida. Expertos geólogos, ingenieros y científicos climáticos han hecho accesible esta información a los líderes que toman decisiones en este país. Sin embargo, no parecemos dominar la destreza de administrar una isla ubicada en la avenida principal de huracanes.
El ciclón Fiona nos refresca las lecciones que nos ofrecieron los huracanes Irma y María en el 2017. Nos dice que se pongan a conservar los corredores riparios, estos terrenos verdes que deben recorrer las orillas de los ríos. Su franja natural atrapa el flujo de agua de lluvia previo a llegar al cauce permitiendo reducción de volumen y filtración de sedimentos. El trabajo de infraestructura natural resiliente que se hizo en el Río Bayamón es el mejor ejemplo de Puerto Rico. En eventos catastróficos, esta infraestructura actúa como primera línea de defensa, pues protege a los nuestros y a través del año, conserva el recurso agua y ofrece espacios para llevar a cabo actividades deportivas y de esparcimiento espiritual.
Parecería que esta lección no es una apremiante pues no habla de construcción de infraestructura gris. Sin embargo, es la clave para manejar la crisis en un contexto tropical. Asumirla como política pública para el manejo de emergencias obligaría a nuestros líderes a planificar sus entornos de una manera innovadora e inusual.
Otra lección que nos recuerda Fiona es la de apoyar el desarrollo de una infraestructura humana resiliente. Esta vez, no me refiero a los líderes que salen a acudir al prójimo y apoyan a levantar cuadra a cuadra al país. Me refiero a aquellos que viven en áreas vulnerables a eventos atmosféricos severos y actividad sísmica. Previo a la llegada de estos eventos, los gobiernos municipales deben revisar sus planes de manejo de riesgos y educar a sus constituyentes. En la medida en que estemos conscientes, podremos contar con una población responsable que no exponga su vida ni la de los suyos.
Hoy, a cinco años de María, el huracán Fiona nos ofrece un nuevo llamado: modificar la política pública federal y estatal en torno al manejo de emergencias y reconstrucción de áreas devastadas. Justo cuando nos aprestamos a llevar a cabo las obras de reconstrucción del país, retrocedimos para incorporar nuevos daños. La razón de esto se debe a que vivimos en tiempos donde la recurrencia de estos eventos es más acelerada que los procesos establecidos para el restablecimiento. Las consideraciones por las cuales se estableció la política pública para mover el alivio y reconstrucción no incorporaban la realidad y urgencia actual. Su recurrencia era de apenas un huracán cada 20 años. Por lo tanto, tendía a ser aceptable esperar por los procesos burocráticos. Ya esto no es una opción. Debemos ser proactivos y traer a la mesa la nueva realidad que vivimos para establecer procesos que respondan a la misma. Los expertos advirtieron la magnitud de los daños, ahora debemos traerlos a la mesa para el rediseño de una política publica cónsona con la realidad climática de nuestros tiempos.
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