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Lucecita Benítez y el poder de la voz de un pueblo

Durante su concierto más reciente, la noche del sábado, la cantora hizo de su presentación una experiencia diferente, transformándola, en cierto modo, en un mensaje para todos los puertorriqueños

16 de junio de 2024 - 11:21 AM

Acompañada de una gran banda, Benítez cantó para los miles de personas que llegaron a escucharla, pero, en cierta medida, también para sí misma. (Stephanie Rojas Rodriguez)

Caguas - La voz suena lejana. Comienza como un suspiro. No hay música, tampoco hay coros. Por este instante, solo existe la voz, que crece mientras reta y va quebrantando al silencio.

Viento, campos, camino y distancia. Qué cantidad de recuerdos de infancia, amores y amigos. Distancia…

Aparece sentada sobre una silla que bien podría ser un gran trono. Su peluca blanca y plateada resplandece bajo la luz intensa del foco que alumbra justo sobre su cabeza. Una capa brillosa cuelga de sus brazos y cubre toda su espalda hasta casi rozar el suelo. A su lado descansa un ramo de lirios blancos, flor de santidad, pureza y renacimiento. Flor, sobre todo, de esperanza.

Distancia… Del viejo y querido pueblo, donde se abrieron mis ojos. Distancia… Donde jugué de pequeño…”, continúa la voz antes de expresar su deseo.

Un corazón de guitarra quisiera para cantar lo que siento”.


Cobertura del concierto “Traigo un Pueblo en mi Voz” de Lucecita Benítez.

Foto por Stephanie Rojas Rodriguez.
Cobertura del concierto “Traigo un Pueblo en mi Voz” de Lucecita Benítez. Foto por Stephanie Rojas Rodriguez. (Stephanie Rojas Rodriguez)

Cuando la banda comienza a tocar, ya los aplausos han ahogado todo el sonido. Lucecita Benítez ha comenzado su concierto.

Para un artista, decidir recrear uno de sus conciertos más famosos, de esos que marcan a toda una generación, cinco décadas después del hecho, no puede ser una decisión sencilla. Muchas cosas cambian en 50 años. Puerto Rico es un país diferente, aunque muchos de sus problemas son variaciones de muchos de los mismos males que han plagado a la isla por décadas, la sociedad moderna le presta atención a otras cosas por estos días.

Pero hay algo en el espíritu de Lucecita que siempre ha permanecido muy conectado a los vientos místicos y misteriosos que le respiran vida a su país. Su voz ha cambiado, su figura se ve más frágil. Donde antes había una mujer fuerte y hábil, hoy se ve a una mujer de muchos años, que prefiere estar sentada mientras canta. Pero su esencia, la magnificencia de su vocalización, solo se han fortalecido. A sus casi 82 años, Lucecita Benítez es hoy, seguramente, su versión más pura, más sincera y más genuina.

Traigo un pueblo en mi voz”, presentado la noche del sábado en el Centro de Bellas Artes de Caguas (CBAC), fue un evento como pocos en memoria reciente. Incluso considerando que Benítez no ha parado de presentarse en escenarios, el contexto actual de Puerto Rico hace de un concierto como este, una experiencia diferente, lo transforma en un mensaje para todos los puertorriqueños. Aunque la cantidad de canciones fue decididamente más corta, su preparación no fue menos cuidadosa. Para esta edición, además, Benítez cambió algunos de los temas que formaron parte del repertorio de su concierto original. Estos cambios, sin embargo, solo fortalecieron la efectividad de sus palabras y transformaron su presentación en una casi autobiográfica.

Acompañada de una gran banda, Benítez cantó para los miles de personas que llegaron a escucharla, pero, en cierta medida, también para sí misma.

Si se calla el cantor, muere la rosa. De que sirve la rosa sin el canto. Debe el canto ser luz sobre los campos, iluminando siempre a los de abajo”, dice uno de los versos de “Si se calla el cantor”, popularizada por una diversidad de artistas latinoamericanos a lo largo de las décadas, y cantada esta noche por Benítez.

Debe trazar bien su celda, quien se tenga por cantor, porque solo el impostor se acomoda en toda huella. Que elija una sola estrella, quien quiera ser sembrador”, reza una estrofa del tema “El payador perseguido”, de Atahualpa Yupanqui, a quien Lucecita recordó con cariño y honró con estas letras que describen casi a la perfección los pormenores de su carrera.

Una belleza lírica se apoderó del aire durante la noche, mientras la cantora daba voz a temas como “Alfonsina y el mar”, un recuento de la vida de la poeta argentina Alfonsina Storni, que sirve, a la vez, como un lamento por su suicido y una celebración de la belleza que persiguió en vida, no del todo diferente a la belleza que Benítez ha cultivado a lo largo de su carrera.

Te vas Alfonsina con tu soledad ¿Qué poemas nuevos fuiste a buscar? Una voz antigua de viento y de sal te requiebra el alma y la está llevando. Y te vas hacia allá, como en sueños, dormida, Alfonsina, vestida de mar”, canta, mientras su público la aplaude de pie. Mientras Lucecita agradece a su público, lleva su mano a su rostro, y en un gesto fugaz parece secar una lágrima de sus ojos.

El tema más esperado de la noche, es, por supuesto, ese himno compuesto por Alberto Carrión, que celebra algunas de las partes más hermosas de la puertorriqueñidad y que tiene la distinción de ser una de las pocas canciones que captura de forma única al corazón de la nación, un corazón que Benítez ha hecho latir intensamente a lo largo de su extensa carrera.

Soy del pan la levadura, que alimenta la esperanza del hombre puertorriqueño, del despertar de mi patria”.

Mientras su voz va dando vida a esos versos, un hombre saca una bandera de Puerto Rico y comienza a agitarla en el aire, provocando aplausos y gritos. La propia Benítez sonríe y señala a la bandera mientras canta. “Esa es la bandera con la que quiero que me arropen”, dirá después, dejando el pensamiento un tanto al aire, como hablándose a sí misma.

El público goza cada momento mientras Lucecita, regresa a su trono y a sus lirios para seguir cantando. Pero esta vez, su voz da forma a una plegaria.

“Este tema es como querer decirle a Dios ‘te voy a cantar a ti, Tú, que eres el Rey de todo lo que pasa’, a ver cómo bregamos con todas las situaciones dolorosas que el mundo vive. Esto es como una plegaria a mi Dios, a mi Espíritu Santo, si me lo permiten…”, explica, antes de dar voz a un tema popularizado por el chileno asesinado, Víctor Jara.

La canción lleva por título “Plegaria a un labrador”, y en sus letras el cantor parece rogar por la posibilidad de un mundo diferente.

Levántate y mírate las manos. Para crecer, estréchala a tu hermano. Juntos iremos unidos en la sangre, ahora y en la hora de nuestra muerte. Amén, amén, amén”.

El concierto está próximo a terminar. Con los años, Lucecita ha creado un espectáculo que corre como un reloj. A estas alturas de su vida, prefiere no perder mucho tiempo. Es por eso que cuando llega el momento de cantar el tema que le da el nombre a su concierto, no se siente como que han pasado casi dos horas.

Como convocados a marchar por tambores de guerra, miles de personas se ponen de pie tan pronto escuchan las primeras notas de la canción. Con puños al aire y banderas en mano, los miembros del público corean junto a Lucecita ese verso militante que le ha ganado el título de “voz nacional”.

Métale a la marcha, métale al tambor, métale que traigo un pueblo en mi voz”, cantan a coro, mientras la cantora observa desde la tarima, con brillo orgulloso en los ojos.

No son pocos los gritos de lucha que se escuchan en la sala, en especial uno que se escucha mucho por estos días, pidiendo la salida del consorcio que administra la energía del país.

La cortina cae al culminar la marca, pero no todo está perdido. Quienes conocen de este concierto, saben en sus corazones que hay un número más. La cortina vuelve a subir, sin que el público tenga que esforzarse en pedirlo, y los primeros sonidos de la percusión, la flauta y las cuerdas dejan a todos en expectativa mientras sus oídos intentan descifrar lo que está próximo a pasar.

Y como si cargara la fuerza de incontables generaciones de puertorriqueños; de indios, de esclavos y de trabajadores, como si hubiera bebido de las aguas ensangrentadas en las que se ha purificado la identidad de este país, como si estuviera viendo con sus propios ojos, en un instante, el nacimiento de su patria, Lucecita Benítez abre su boca y su voz se transforma en un poder capaz de hacer temblar a naciones.

El río de Corozal…”, comienza, erizando todas las pieles frente a ella. “El de la leyenda dorada. La corriente arrastra oro. La corriente está ensangrentada…

Así, al son “Oubao Moin”, Lucecita da cierre a su concierto. Como avivados por la fuerza de un éxtasis divino, las voces se unen, se mezclan y se trasforman, alzando en gloria a los luchadores del pasado, ofreciéndoles alabanzas.

Y gloria a las manos, a todas las manos que hoy trabajan, porque ellas construyen y saldrá de ellas la nueva patria liberada”, canta Lucecita.

La cantora hace un gesto breve de agradecimiento y se gira. Marcha lentamente, su capa resplandeciendo bajo la luz, mientras la cortina baja. Lucecita desaparece de la misma forma en que llegó, en un instante. Pero la música sigue tras la cortina y su voz, como siempre lo ha hecho, sigue retando al silencio.

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La “Voz Nacional de Puerto Rico” recuerda el memorable espectáculo “Traigo un pueblo en mi voz” que presentó en el 1974 y que ahora revive el 15 de junio en el Centro de Bellas Artes de Caguas.

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