Me sentía más seguro escuchando los cuentos que contaban mis tías que viendo todo este espectáculo contemporáneo y triste de información sin épica, escribe Cezanne Cardona Morales
Me sentía más seguro escuchando los cuentos que contaban mis tías que viendo todo este espectáculo contemporáneo y triste de información sin épica, escribe Cezanne Cardona Morales
Mis tías no le daban mucha vuelta al asunto. Tan pronto los reporteros del tiempo asomaban su melancolía tras el desplante clima-amoroso, mis tías montaban a la trulla de primos realengos en el carro y hacíamos turismo tormentero. Ahora le llamarían negligencia o no sé qué, pero a mí me encantaban aquellas excursiones porque nos regalaban las primeras marcas en el pasaporte de la tan mentada novelería boricua. Con el tiempo supimos que, detrás de la alegría climatológica de mis tías, existía una forma de vengarse de la histeria colectiva que decretaban los radares meteorológicos, de las inocuas conferencias de prensa de los gobernadores, de la pasarela de alcaldes mediocres que sacaban pecho frente a las cámaras, y de todas las veces que no las dejaron salir temprano de sus trabajos cuando había lluvias que no mentían. Porque mis tías no tenían nada que envidiarle a aquel filósofo que nos quedó debiendo un libro tropical: Crítica a la razón meteorológica.
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