Ese ‘estuve más horas sin luz que tú’, o ese ‘tuve que botar más compra que tú’ se convierte en un trasiego pícaro de desgracias que desafían la simple resignación y se alejan de la pureza trágica, escribe Cezanne Cardona Morales
Ese ‘estuve más horas sin luz que tú’, o ese ‘tuve que botar más compra que tú’ se convierte en un trasiego pícaro de desgracias que desafían la simple resignación y se alejan de la pureza trágica, escribe Cezanne Cardona Morales
Me lo dijo un bibliotecario desempleado. Y solo por eso le creí. Tras una plaga de polilla que atacó algunos de mis libros, un amigo bibliotecario me aconsejó que pusiera los ejemplares afectados en bolsas ziploc y luego los colocara en el freezer para que el frío acabara con la plaga. Al principio pensé que bromeaba porque siempre creí que el frío esponjaba el papel, pero resultó que no solo era falso, sino que aquel había sido el método que usaron los empleados de la Biblioteca de los Ángeles después que los bomberos mojaran miles de libros tras un terrible incendio. Eso lo cuenta la periodista Susan Orlean en un libro magnífico que me recomendó aquel amigo bibliotecario: echaron miles de ejemplares mojados en cajas, los llevaron a los almacenes del sur de Los Ángeles y los colocaron en las repisas donde los pescadores guardaban el pescado. Un año después del incendio, dos compañías aeroespaciales se encargaron de descongelarlos y secarlos. “Imagínatelo: miles de libros custodiados por ojos de peces que luego fueron secados por astronautas que nunca fueron al espacio”, me dijo mi amigo con una risa de anécdota exagerada y tierna, como si buscara acomodo razonable en los libros que ya no podría custodiar.
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