Juan Antonio Candelaria
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Cristo en la cruz: la cuarta palabra

Se extinguía, lentamente, la luz en las colinas del Gólgota, mientras iban cubriendo, con igual parsimonia, las tinieblas el lugar. Allí Cristo languidecía, moría lentamente a consecuencia de una punzante corona de espinas, azotes y heridas infringidas. En medio de un dolor insoportable, doble por las heridas en su cuerpo, pero también por la pesada carga sobre sus hombros de pecados de una humanidad en desenfreno.

Cristo paga, con su divina sangre, por los pecados de la estirpe humana. De manera que, ante tal dolor, Jesucristo, mitad hombre y mitad divino siente la flaqueza humana y clama ¡Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?! (Salmo 22.1, Mateo 27,46 y Marcos 15, 34) Así, con esta exclamación, expresa el Mesías un cúmulo de desolación, abandono y dolor. Esto, al sentirse abandonado por, prácticamente, todos los suyos. Traicionado y negado por algunos de sus discípulos, cercado por los que le vilipendian, siente tal desespero.

Jesús está bajo el peso aplastante de una divina misión; siendo Señor de Vida, se tiene que enfrentar a la muerte, para darle a ésta última el mayor de sus significados; ¡al morir, vivimos verdaderamente! “En esa cuarta palabra, Jesús descubre sus propios sufrimientos en la cruz como Dios hecho hombre. El sufrimiento de Cristo simboliza el sufrimiento del ser humano”. (M. Padilla, Boletín católico, 3/27/2016). “A esta palabra (más bien exclamación) algunos le llaman la “Palabra de Desesperación”. ¡Y con mucha razón! Es la única vez que Cristo le llama a su Padre, “Dios”. El sol se había negado a dar su esplendor, reinaban las tinieblas. Cristo siente el abandono de Su Padre. No hay manera de describir lo que El sintió al verse abandonado de su propio Padre. (Mora Peña, Josué, Iglesia Bautista Org, marzo 15, 2022)

Cuantas veces, en medio de nuestras agonías, tragedias y miserias, le hemos cuestionado a Dios: “¿dónde has estado?”, “¿por qué no has escuchado nuestros ruegos”, “¿por qué me has abandonado?”. Es natural, somos humano, escribe Juan Candelaria (AP Foto/Leo Correa)
Cuantas veces, en medio de nuestras agonías, tragedias y miserias, le hemos cuestionado a Dios: “¿dónde has estado?”, “¿por qué no has escuchado nuestros ruegos”, “¿por qué me has abandonado?”. Es natural, somos humano, escribe Juan Candelaria (AP Foto/Leo Correa) (Leo Correa)

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¡Y el silencio de Dios!, Un silencio ensordecedor. Su aparente ausencia, aparente porque Dios siempre está presente en la existencia del piadoso con una cercanía y una ternura incuestionable. Pero, era justo ante la incertidumbre del momento cuestionarle su creída ausencia. Su mitad hombre, siente, por un momento, el peso del dolor y el abandono. Por un instante, aflora su condición de hombre. Pero, por un brevísimo instante solamente. Intervalo muy fugaz, ya que pronto se recupera con las fuerzas que provienen del “Amo del Universo” y entonces exclamó la quinta palabra, “tengo sed’, revelando así una desesperada sed de amar y ser amado. No era tanto la sed física enardecida por la hiel que le atosigaban sus impíos, si no era la sed de conquistar a ese Dios que momentos antes le cuestionara, “¿por qué me has abandonado?”. Efímero cuestionamiento, porque la sed de amor lo extinguió. Amor a Dios su padre, pero también amor a la humanidad, cuyos pecados asumió con la intrepidez del ser divino que, en efecto, es. Así abandonada la porción de hombre que en el habitaba, se coronó en la divinidad que era su destino y partió santo a la diestra del Creador.

Tantas veces, en medio de nuestras agonías, tragedias y miserias, le hemos cuestionado a Dios: “¿dónde has estado?”, “¿por qué no has escuchado nuestros ruegos”, “¿por qué me has abandonado?”. Es natural, somos humanos y en medio de nuestras fragilidades y debilidades, flaqueamos, perdemos el norte… que es Dios.

Si Cristo sintió el desespero y cuestionó, cuanto más nosotros en nuestra imperfección. Lo importante es recomponernos, reconocer la hegemonía del Creador y volver a confiar en Él, quien está silenciosa y amorosamente viéndonos y en su tiempo obrará. ¡Feliz Pascuas de Resurrección!

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