OPINIÓN
Con acento propio
Se adhiere a los criterios de The Trust Project
prima:Vemos el mundo a través del idioma que hablamos

Cada idioma implica pues una cosmovisión íntima, nacida de una experiencia prenatal decisiva. Cuando aprendemos nuevos lenguajes tendemos un puente de comprensión amorosa a la identidad cultural del prójimo, dice Luce López Baralt

21 de marzo de 2021 - 1:00 AM

Las opiniones expresadas en este artículo son únicamente del autor y no reflejan las opiniones y creencias de El Nuevo Día o sus afiliados.
Luce LÛpez Baralt, profesora distinguida de la Universidad de Puerto Rico (Archivo)

Cada lengua implica una cosmovisión única, una manera de estar plantado en el mundo: aquello que los alemanes llaman el Weltanschauung. Los idiomas arrastran las vivencias milenarias que contribuyeron a su formación, y estas se activan sigilosamente cuando articulamos las palabras. Se trata de experiencias vitales y de emociones intransferibles: como dejó dicho Pedro Salinas, “no es lo mismo ser en inglés que ser en español”. O ser en chino, en árabe, en francés, en latín. Por eso la adquisición de una lengua siempre nos abre una ventana privilegiada a la mentalidad del pueblo que la posee, y nos hace más generosos con sus hablantes porque logramos comprenderlos mejor. Cuando un chino saluda diciendo ni chi le ma, nos está preguntando literalmente si hemos comido. Este saludo tradicional, que no espera respuesta, arrastra la tradición de inmemorables banquetes imperiales como los que tuvieron que degustar, intimidados, los presidentes Nixon y Bush. Cuando un árabe nos recibe con un ehlen wa sehlen, literalmente nos está diciendo que nos da la bienvenida bajo su tienda de campaña y entre su familia. Estos hijos del desierto estaban obligados a la hospitalidad, porque si no abrían sus puertas, el forastero moriría de sed entre las dunas. Aun decimos “esta casa es su casa”, que es un préstamo literal del al beyt beytak árabe. En portugués nos enfrentamos con la saudade, palabra intraducible que implica un sentimiento de nostalgia primaria y melancólica que solo escuchar un fado nos permite intuir. Por la etimología de la voz “trabajo”, sabemos que a quienes sentimos el mundo desde las lenguas románicas no nos gusta mucho laborar, pues la voz proviene del nefasto tripalium, un cepo de tres puntas que se usaba como instrumento de tortura. El dolce far niente italiano—”el dulce no hacer nada” proviene de la misma mentalidad muelle. Y ahí está el joie de vivre francés, que recoge la alegría exultante de una civilización que ha disfrutado intensamente todos los placeres. Recordemos a Versalles, al champán y a les années folles que vivió París tras la Primera Guerra Mundial.

Guías de Opinión
Las columnas deben enviarse a Gerardo Cordero: gerardo.cordero@gfrmedia.com. Las columnas tienen que ser de 300, 400 o 500 palabras. Al enviarnos su columna, el escritor concede a GFR Media una licencia exclusiva, perpetua, irrevocable, sublicenciable, mundial y libre de regalías para reproducir, copiar, distribuir, publicar, exhibir, preparar obras derivadas, traducir, sindicar, incluir en compilaciones u obras colectivas, y de cualquier otro modo de forma general utilizar su columna (en todo o en parte), sin reserva ni limitación alguna, en cualquier medio (incluyendo pero sin limitarse, a las versiones impresas o digitales o en los sitios web o aplicaciones móvil del periódico El Nuevo Día), forma, tecnología o método conocido en el presente o que sea conocido, desarrollado o descubierto en el futuro. El autor acepta que GFR Media, LLC, podría cobrar a los suscriptores las versiones digitales, sitios web o aplicaciones móviles de GFR Media por el acceso a la columna. has context menu


Ups...

Nuestro sitio no es visible desde este navegador.

Te invitamos a descargar cualquiera de estos navegadores para ver nuestras noticias: