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Nota del editor: segunda de dos historias en el marco del aniversario 50 de la muerte de Roberto Clemente.
Hay memorias que discurren como el vaivén de las olas, pero otras que ni con el paso del tiempo se han borrado de la mente a 50 años de la trágica muerte, un día como hoy, del legendario pelotero Roberto Clemente.
Desde la súplica de Roberto Jr. para que su padre no hiciera al viaje que acabaría con su vida la noche del 31 de diciembre de 1972, la imagen de la casa abarrotada de gente desconocida tras la fatídica noticia, y el instante en que los hijos finalmente llegaron hasta su madre Vera y esta los abrazó llorando.
Son recuerdos difíciles de borrar y que no pueden evitarse tan fácil, como sería dejar encerrada en un armario una polvorienta caja llena de fotos antiguas.
Cada uno, ya sean familiares inmediatos, amigos o simplemente allegados, tiene recuerdos que quedaron tatuados en la mente por la muerte del astro boricua; sucesos que acontecieron en los últimos días y horas de vida del otrora jardinero de los Pirates de Pittsburgh, quien se convirtió en leyenda al morir mientras llevaba ayuda para los damnificados del terremoto del 23 de diciembre de 1972 en Nicaragua. El avión en que viajaban Clemente y otras cuatro personas, incluyendo un amigo, Ángel Lozano, y el piloto, cayó al mar a pocos minutos de su salida del aeropuerto internacional de Isla Verde.
“Yo recuerdo que Robert le dice a papi que no se vaya, que el avión se va a estrellar. Papi le dice, ‘¿De qué tú estás hablando?’. Y él como que estaba buscando esconderle sus cosas para que no se fuera. Él le dice, ‘tranquilo, yo te veo cuando regrese’. Y Roberto, ‘No; es que tú no vas a regresar; no te vayas que no vas a regresar”, narra Luis Roberto, que para entonces tenía seis años de edad y es el segundo de los tres hijos que procrearon Clemente y Vera Cristina Zabala. Roberto Jr. tenía siete y el menor, Roberto Enrique, dos años y medio.
Como un presentimiento inadvertido, Luis Roberto también recuerda que su madre después le contaría que ese día 31 de diciembre, mientras estaba en la cocina de su residencia, estaba repasando en su mente una canción que le fue dedicada a las integrantes de la Selección Nacional femenina de voleibol, que casi tres años antes, el 15 de febrero de 1970, murieron también trágicamente al estrellarse el avión en que regresaban desde República Dominicana.
“Mi abuelo Melchor (Clemente) también le dijo a papi que no se fuera. Yo lo que recuerdo es que nosotros estuvimos ese día en casa de mi abuela, la mamá de mami, en Carolina. En ese momento en que se recibe una llamada, mami sale corriendo y se va. A nosotros (los tres hermanos) nos llevaron luego a la casa del padrino de Ricky (Roberto Enrique), el menor. Después de eso tengo como una laguna, pero luego recuerdo que llegamos a la casa de mami. La calle estaba llena y no se podía casi subir en carro. Había que dejarlo y subir a pie”.
La tragedia había acontecido en las últimas horas del último día del año. Según consta en data de la época y que fue recopilada recientemente en una investigación de la Oficina Estatal de Conservación Histórica (OECH), Clemente y las otras cuatro personas a bordo de la aeronave fallecieron poco después de despegar del aeropuerto.
“De acuerdo a testigos, el avión levantó vuelo lentamente y ganó poca altura, partiendo a las 9:20 p.m. A las 9:23 p.m., un mensaje fue recibido (en la torre de control) informando que la aeronave estaba de regreso tras realizar un giro a la izquierda, en dirección Norte, y poco después cayó al mar matando a todos sus ocupantes: Roberto Clemente Walker, Arthur S. Rivera (dueño del avión y copiloto), Jerry C. Hill (piloto), Ángel Lozano y Francisco Matías”, lee el documento que formó parte de la investigación de la Dra. Yara M. Colón Rodríguez, historiadora designada por la OECH para conseguir la nominación y eventual designación como lugar histórico, del sitio de la tragedia.
Escuchó el ruido del avión al caer
Desde el 31 de agosto de 2022, el lugar aproximado donde cayó la nave a 1.5 millas náuticas de la costa de Loíza, así como el punto en tierra donde cada año, desde el primer aniversario de la muerte de Clemente, familiares y otras personas se han reunido para recordarlo, fue incluido en el Registro Nacional de Lugares Históricos.
El punto exacto se encuentra en la Playa de Piñones en Punta Maldonado, en la jurisdicción del Barrio Torrecilla Baja de Loíza.
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“Siempre están los relatos de los testigos, que los cito en la nominación. Uno de los que entrevisté fue Gerardo Rivera Clemente (no es familia de Roberto). Este señor vive todavía en una de las casas cercanas al camino que conduce al sitio histórico. Él recuerda que esa noche escuchó el sonido de los motores del avión, y el ruido del avión al caer… el impacto, la explosión. Y es algo que coincide con lo que dicen otros testigos. El señor también vio luces”, contó Colón Rodríguez, quien para el documento sometido al Registro Nacional, también citó diversas fuentes y reportes de la época.
“Él recuerda cómo la gente se aproximó al lugar, y las piedras, esas que son como un promontorio que sale del mar, que es una hilera de formaciones rocosas, siempre las usaba de referencia”.
A decenas de millas de allí también quedó abortada la numerosa reunión familiar que se daba todos los años en una finca en el Barrio Martín González de Carolina.
Entre todas las familias reunidas en el sector, allí se encontraba la de Justino “Matino” Clemente, hermano mayor de Roberto, junto a su esposa Carmen Santana y sus hijas Jannette y Judith, que para entonces contaban con 14 y 11 años, respectivamente.
Fiesta familiar interrumpida
“El 31 nos reuníamos en casa de mis abuelos maternos en el Barrio Martín González. Mi mamá tuvo 18 hermanos y la gran mayoría vivíamos en una finca donde todos teníamos nuestras casas. Ese barrio colindaba con San Antón y ahí es que se conocieron mis papás”, recordó Jannette Clemente, mencionando también la comunidad en que su tío Roberto y su padre se criaron.
“Una de las tías, hermanas de mi mamá, en un momento dice, ‘Matino’, y lo llamó aparte. Y le dijo, ‘Matino, acaban de decir por ahí que el avión en que viajaba Roberto se cayó’”, relató Jannette sobre su recuerdo del día de la reunión familiar de despedida de año. “Mi papá había estado hablando con él durante la mañana, porque ese mismo día fue que se enteró que mi tío Roberto iba a llevar ese cargamento a Nicaragua”.
“Cuando mi tía le dice eso a mi papá, fue un cantazo. Con esa noticia ni mi mamá ni mi papá estaban en condición de manejar. Y un primo de nosotros por parte de madre, Wiso, fue el que nos llevó hasta la casa de los abuelos paternos. Fuimos desde el Barrio Martín González a la Urbanización El Comandante. Ahí vivía mi abuela cuando pasó el accidente”.
Jannette recuerda perfectamente cómo el panorama cambió en poco tiempo. Al llegar junto a sus padres al hogar de don Melchor Clemente y Luisa Walker, padres de Roberto y Matino, vio como la casa se fue llenando poco a poco de familiares y conocidos que se fueron enterando de la triste noticia.
“Ella estaba acostada pero hubo un momento que se levantó porque había mucha gente. Ella preguntó qué estaba pasando, y le dijeron que era una parranda. En un momento mi papá va al cuarto de su papá Melchor, y le dijo que el avión en que iba ‘Momen’ se cayó. Entonces le dijeron al hermano mayor Chito (Osvaldo), que fuera él quien le diera la noticia a su mamá. Mi tío Chito fue quien le dio la noticia. Los gritos de mi abuela fueron tan grandes, que yo jamás me olvido del sonido, por el dolor y la pena”.
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Así como Luis Roberto esperaba, según cuenta, que su papá regresara del viaje algún día, aquella noche en casa de sus abuelos la esperanza de todos es que alguien llegara con la noticia de que nunca se montó en el avión, recuerda Jannette.
“Yo digo que no está muerto, que está desaparecido”
Matino, su padre, tiene 95 años y todavía le cuesta lidiar con la realidad.
“Mira, que yo digo que no está muerto, que está desaparecido, porque él nunca apareció. No ha sido fácil. Roberto era el más pequeño en casa… el más consentido en casa era Roberto siempre”, dijo a El Nuevo Día en una visita reciente a su hogar en Carolina.
No es mucho lo que Matino puede decir de la fatídica fecha del 31 de diciembre de 1972, más allá de que estaba en la casa de la familia de su esposa Carmín, como hacían todos los años en la finca. Es como si hubiera borrado lo que ocurrió ese día.
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Naturalmente, Matino prefiere recordar los momentos agradables con su hermano, como algunos de los acontecimientos a su llegada a la isla ese mismo año, en los meses posteriores a que conectara el mítico hit 3,000 en el Béisbol de Grandes Ligas el 30 de septiembre.
“Ese año fue de elecciones. Fue la última votación que hubo en Puerto Rico de colegio cerrado. Cuando eso, estábamos Andrés (otro de sus hermanos) y yo en el colegio (de votación) y Roberto tenía un grupo de gente aglomerado encima de él. Él llegó con unos pantalones blancos y suéter colorado”, recordó riendo Matino.
“Yo le dije, ‘recuérdate que tú no puedes votar aquí; si tú votas, puede ser que te metamos preso porque tú no votaste en la elección anterior y no tienes derecho a votar’. Él estaba riéndose. Estaba de ‘colorao’ y blanco, y nosotros éramos siempre en contra del ‘colorao’ y blanco”, agregó en alusión a los colores del Partido Popular Democrático.
Aparte de esa memoria, Matino recuerda todo el revuelo que causó luego la muerte de su hermano, así como la búsqueda que se desató en el mar en un intento por hallar el cuerpo de él y los otros cuatro que viajaban en el avión DC-7.
Lejos de la familia inmediata, cada persona que de algún modo u otro se relacionó a Clemente en vida, tiene una historia que contar de ese día 31 de diciembre.
Un amigo de Roberto entre los fallecidos
Gabriel Lozano tenía apenas tres años y medio cuando su padre Ángel Lozano se montó en el avión junto a Clemente y los otros tripulantes. Así que la tragedia que dejó de luto a todo un pueblo, a él lo tocó de cerca y no por la línea de Clemente.
Sí sabe, aunque era muy pequeño entonces, que el famoso pelotero visitaba en ocasiones la casa de su papá.
“Yo tenía tres años y tres meses cuando murió mi papá. Sí recuerdo que me dejó unas gafas… que me dejó antes de despedirse. Él no iba para el viaje. Solo iba a cargar el avión, pero como era amigo de Roberto, uña y carne, pues también fue”, recordó Lozano sobre su padre, quien era camionero de oficio.
“Mi papá tenía negocio, era camionero de pueblo. No sé cómo se conocieron (él y Clemente), pero mi mamá siempre me cuenta que Roberto venía a la casa y se tiraba al piso a tomar café. Iba a casa porque por cosas de la vida, mis tíos andaban también con mi papá, y cuando Roberto venía (cada temporada desde Pittsburgh), uno de mis tíos hacía de chofer de él”.
“Mi mamá me dice que ese día (31 de diciembre) mi papá estaba ayudando a Roberto a cargar el avión porque él también consiguió donaciones, pues tenía negocio como camionero. En ese periodo de ayudar a Roberto a conseguir mercancía y cargar el avión, a final de cuenta Roberto le dijo, ‘vente, vamos a dar el viaje’”, rememoró Lozano.
La historia del periodista Luis Rodríguez Mayoral, que para entonces era amigo de Clemente y no perseguía en ese instante una carrera en el periodismo, se remonta a seis días antes de la despedida de año. Fue el 25 de diciembre, Día de Navidad, la última vez que vio la sonrisa del astro boricua.
Su sonrisa el Día de Navidad
“Fui mi con mi ex al Estadio Hiram Bithorn y llegamos con latitas de comida y ropa, para cooperar en lo que pudiéramos. Tan pronto divisé a Clemente, jamás olvido que estaba vestido con botas color ‘brown’, guayabera y pantalones… todo de brown. Y así mismo le noté el sudor en las axilas, o sea que estaba trabajando. Estaba agachado buscando algo, y le di una palmadita en la nalga como hacen los coaches de tercera base”, recordó Rodríguez Mayoral.
Después de su sonrisa y habitual saludo, vi que su sonrisa desapareció. Esa sonrisa me transportó a Pittsburgh, viéndolo uniformado antes de los juegos, con una cara que mostraba seriedad y determinación. Esa misma cara la vi ese día, y yo dije en mi mente, ‘este está entregado’”.
Fue la última imagen que guarda de Clemente en su memoria, pues no volvería a verlo aunque Roberto le había dicho entonces que lo llamara el día 31 para encontrarse. Las llamadas no prosperaron y Luis se levantaría al día siguiente, 1 de enero de 1973, con la triste noticia.