Ya está claro que nuestra ancestral cultura de la desunión es aún más definitoria que la humillación colonial, incapacita más que la propia Junta de Supervisión Fiscal, escribe Edgardo Rodríguez Juliá
Ya está claro que nuestra ancestral cultura de la desunión es aún más definitoria que la humillación colonial, incapacita más que la propia Junta de Supervisión Fiscal, escribe Edgardo Rodríguez Juliá
Después de la euforia que sentimos con los resultados electorales, nos asalta la resaca al reconocernos incapaces, nuevamente en desacuerdos y políticamente estacionarios. Antonio Gramsci señaló con gran precisión este interregno político, nuestro actual “estrecho dudoso”: “el viejo orden no acaba de morir y el nuevo orden no acaba de nacer”; esta es la definición, justo, de la incertidumbre y el desasosiego político que nos aqueja. Nuestro destino político titubea entre un pasado que no acaba de concluir y un porvenir incierto, que apenas comienza a vislumbrarse. Si Gramsci como marxista y revolucionario italiano nos parece truculento, catastrófico, repasemos la sabiduría aristocrática de su compatriota Giuseppe Lampedusa, autor de El gatopardo: “Todo tendrá que cambiar para que permanezca igual”. Se trata de la diferencia entre el optimismo revolucionario y el escepticismo de un aristócrata siciliano que escribió una única, inmortal y perfecta novela.
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